miércoles, 14 de noviembre de 2018

“ZURCIDO INVISIBLE” POR PAOLA ANDRADE CANTERO.


                                    
Ediciones Andesgraund, 2018, 26 pp

“ZURCIDO INVISIBLE DE VIRGINIA BENAVIDES”

Por: Paola Andrade Cantero

Los conceptos que forman la palabra Exstrabismo, (2003) el primer conjunto poético antologado en esta plaquette Zurcido Invisible, expresan cerrazón ante la imposibilidad de asir la fórmula secreta total que concilie el lenguaje. No obstante, hay un explícito y buscado itinerario hacia el delirio y el éxtasis. La maestría, cierta “extrañeza. Cierta retórica de la mismidad, constituyen el abismo, voz elegida para nombrar las piedras, los obstáculos, el hielo del camino, la pasión, la soledad de la ruta incierta. La ruta de la poesía.

Virginia funda su propuesta en general en primera persona, sin embargo, desde esta posición las preguntas retóricas permiten elaborar un tono, cierta metodología pedagógica, tal vez una forma de manufacturar un conocimiento telúrico que concurre desde la construcción colectiva.  Así consulta: ¿Qué desborda y que ahoga cuando el verso no berza?  O: ¿qué precisión diamantina acecha la vena para mover las metáforas?

Esta poética se construye desde la evolución, el crecimiento, la procesión del cuerpo imperfecto como receptáculo creativo. Indaga: ¿qué camino lleva el caos disfrazado como cuerpo?  Pero sin duda que es el lenguaje metatextual, la metaficción lo que le incumbe. Una poética, como la sorpresa que se levanta simple pero exhibiendo su atractiva complejidad “porque el río que buscamos nace en nosotros”. Entonces el estrabismo, definido como la incapacidad para controlar la mirada, funda cierta consciencia metafórica o la autoconsciencia, el camino de la iluminación que no es otro que el de la escritura:  ¿Qué órbitas deambulan los ojos para crear la mirada?

En Sueños de un bonzo (poemario objeto) la poeta enfrenta el riesgo de frente, se deja caer en el abismo citado en la primera propuesta: “Lo que quiero decir es perdida sonda zurcido invisible”.

Este mar de sentido se despliega como pequeñas crónicas poéticas que anuncian el arribo a un punto, un lugar de expresión del sosiego: “cuantos derrumbes tuviste que ser para llegar a este construir palabras”. De la misma manera lo telúrico se enuncia en el encuentro con la naturaleza abismante que desplaza y acoge el cuerpo desnaturalizado: “La belleza solo es un viento azul”. En Sueños de un bonzo (poemario objeto) hay un fluir constante, los afluentes circulan como sanación íntima: “un río interior fluye en esta melancolía de monstruo o niño triste”.  La dicotomía de la voz rural y femenina más la ciudad convertida en la otredad, expresan una poética de la carencia. Carencia de adaptación en un entorno hostil, en un cuerpo discrepante, mutilado en su sociabilidad, y de la ciudad la voz poética dirá: “la ciudad es un descierto más hondo y solitario que el mío”.  

El poema Viaje a los campos sinfónico (escenas de un documental futuro) es la simulación de una escena audiovisual, una fórmula que evoca el texto Lumpérica, de nuestra flamante recién galardonada premio nacional de literatura Diamela Eltit. Lumpérica es un instructivo repleto de simbolismos que simula un delirante guion. Ironías y alegorías varias en un libro que recrea la negación de la libertad, de la existencia, de la cordura en tiempos de la dictadura. Un libro en que se metaforiza el cuerpo encarcelado, obligado, poseído por otros, cuyo valor radical es ser el último reducto de la consciencia individual. Mucho de Lumpérica hay en el texto de Virginia, el que también es un tránsito, un recorrido que se lee como esquema fílmico que termina convertido en oración. El tú pronto se transforma en yo. Lo colectivo se transforma en íntimo y se hace explícita una dualidad semántica y cultural con el entorno. Se trata de una confrontación ante lo inconmensurable cuando se dirige a un Apu o elemento espiritual de las culturas andinas: “Apu. Tu estar fugaz en mi sueño entrecerrado en los desvelos”.

En algunos momentos del libro esta poesía es como un quipu, aquel nudo o lazada inca, definido como un instrumento de almacenamiento de información en cuerdas de lana o de algodón de diversos colores. Las civilizaciones andinas poseen elementos de gran poder, el quipu es un lenguaje tridimensional, cuyos códigos comunican a sus cultores y también lo logran con los espíritus, con los Apus. Aquellas divinidades conectadas con los astros, con las estaciones y con lo más íntimo del ser humano como la intuición, sus miedos, el conocimiento y aquello por descubrir. Esta mismo sucede con la poesía de Virginia Benavides.

Leí: “La casa abandonada del que te besó por primera vez, la vereda agrietada y las calles de tierra muerta en que tomas el bus de un sueño sumergido en este amanecer insomne” y también leí “hemos oído por el deseo de partir en las estaciones” y encontré poesía del lar, recordé a Jorge Tellier y recordé lo ominoso, lo aciago de Pedro Paramo y la ciudad llena de muertos.

Hospital del niño, uno de los textos inéditos que puede ser leído como un manifiesto poético, sustenta su gran valía en que representa de mejor forma, algo muy destacable de considerar en esta poética y que he dado con llamar la estética de la salud. Para ello vale en esta ocasión citar a Antonio Gramsci quien en su Tercer Libro de Cárcel nombra al sujeto subalterno como aquel oprimido por hegemonías que ordenan la sociedad para continuar posicionando el capitalismo colonial. Por tanto, aquel que pierde el control de su cuerpo, el que enferma gravemente, ve disminuida su capacidad de sobrevivencia. Entonces, se convierte en subalterno. El estado de enfermedad, de discapacidad, representa la incapacidad de elegir e interactuar, de allí que debe encontrar un camino o perecer. En el caso de la poética de Benavides la búsqueda se da desde los problemas literarios. Desde una construcción semántica, un juego retórico que se resume en la trilogía - poesía salud y lenguaje.  Esta estética de la salud se advierte en los textos del libro Exstrabismo, sobre todo. Asimismo, el poema Pabellón E del libro Hospital del niño concluye con: “Manos de mamá palpando la fiebre, poesía recién nacida, sollozo sin consuelo, naufragio interno, ah poesía”.

Zurcido invisible es un texto de gran valor porque nos permite acceder a la lectura de una poesía que trae elementos diversos, desde la teoría es un tesoro y desde el placer es un regalo. Los invito a conocerla y poner atención en ella y las sorpresas que transporta.


Paola Andrade Cantero
Magíster en literatura Latinoamericana.
Profesora Literatura Universidad de Chile


Poemas

Levedad de la nada que se torna
Canto inquieto, prisionero de la forma
Voz artrítica en la mano que deforma
Vacío óseo, poema que no adorna

Alba y silente en fronda lacerada
Despliegue dómito, condensa esperma
En añil perficie súper hada                                                              
                                                                    
Así escritura se ha arrojado
Rauda y sin causa que la afane
Estrábica en el desborde y el izamiento
Escarbando la raíz del ala inane...

(de Esxtrabismo, 2003)
  

Lo que quiero decir es pérdida sonda, zurcido invisible de un escombro de corazones en la fosa común en la voz de la muchacha azul, detenida en el umbral como costurera de un afuera imposible. Abrasivos brazos en jirón de voces. Palabras como hueras semillas que pájaros de fuego recogen para el nido de malezas que se ha vuelto ruido. Como aquel animal acercándose a oler lo que entibia y se acurruca en sí para abrigarse de ti. Ella contempla el alboroto de nubes en desvarío y se prende al fuego artificial de una espera de brillo ido.

Lo que quiero decir es un escombro, una estación de desamparados y un tren averiado, un lugar que no existe sino para la vida imaginaria de un amnésico. Cuántos dolores tuviste que curar para llegar a este pozo antiséptico y que ocurra la rendición, el arropo interminable que te calme del ataque, el tiempo detenido para renacer en incendiario y adentrarte en la herida para drenar lo infecto. Cuánta sangre sin correr para nadie, para el fantasma que se inocula en tu ojo y lo extravía en otro, cuánto grito amordazado y cuánto acalle que el miedo te dejó. Cuántos derrumbes tuviste que ser para llegar a este construir palabras como muros de contención para este rebalse de sentido.

   (de Sueños de un bonzo, 2013)


Todos los horizontes conducen a los ojos de tu madre. Lo frágil en su transparencia oculta infinitudes marinas. La dulzura en su temblor de fuente, aquel primer latido y la succión natal. Todos los caminos anuncian un retorno.

Madre alumbrándome la ruta como una cómplice con su lámpara de amor cubriéndonos la fuga. 

   (De Descierto, inédito)

VIRGINIA BENAVIDES

Nació en Lima. Estudió literatura en UNMSM. Ha publicado el poemario Exstrabismo, Sueños de un Bonzo (poemario objeto), aeiou (edición cartonera de libro giratorio).
Sus textos han participado en diversas revistas virtuales y físicas. Ha participado en diversos festivales de poesía y encuentros como lector, ponente y performer. Mantiene inédito los poemarios Descierto y Hospital del Niño.


sábado, 22 de septiembre de 2018

“LOS AÑOS TRISTES” POR MIGUEL ILDEFONSO.





“LOS AÑOS TRISTES”

Por: Miguel Ildefonso

Cuando decimos “te amo con locura” ¿acaso solo expresamos una intención de ruptura con cierto orden interno? Es verdad que el amor, también, rompe muchos esquemas sociales. Desde La Ilíada con Helena y Paris, hasta Romeo y Julieta, tenemos en la literatura muchos casos épicos de cataclismos amorosos. Sin embargo, algo sucedió cuando apareció Las penas del joven Werther en 1774; la salida ante la imposibilidad del amor trajo la agresión hacia uno mismo de un modo abisal; la eliminación consciente de uno mismo, la autoeliminación, entonces, se volvió una forma de mantener no solo el orden social, sino, también, el orden interno, mental.  Nadie ama con locura; decir “te amo con locura” solo es una frase que contiene cierta dosis de desafío, de mostrar retóricamente en quien lo dice la intensidad de sus sentimientos.

En la novela breve Los años tristes (novela no apta para suicidas) (Ediciones Altazor, 2018) de Charly Martínez (Lima, 1984), nos hallamos con una doble historia de amor, dos historias de amor inconclusas. Una es la desventura del escritor con su musa, Letea. La otra historia, aparentemente subordinada a la primera, es la no menos apasionada relación del protagonista con la literatura. Si bien, por un lado, el fracaso amoroso de Charly Molina Tapia incrementa su deterioro mental y sus intenciones suicidas; por otro, encuentra cada vez más una tabla de salvación en la literatura, la cual nunca lo abandonará, como lo fueron abandonando, aparte de Letea, su abuela, su media hermana y su madre.

La historia de Charly, protagonista de esta novela, por eso, además, es la de la resistencia de mantener la lucidez, es la lucha para que la lucidez no lo abandone, porque como ya se dijo: nadie “ama con locura”, y menos en estos tiempos en que el éxito es la meta de todos, y el éxito de hoy es encumbrarse en el orden existente o del sistema. Ya no hay cataclismos. De ahí que su amor por la literatura sea, finalmente, de fracaso también, porque se trata de un escritor que no halla un lugar en la sociedad, no consigue el éxito; es un escritor que se mueve en los márgenes de una ciudad (o un país) donde la literatura está excluida. El protagonista (podríamos decir el autor también) es un lector de los existencialistas, o de escritores y filósofos que penetraron el alma atormentada, como Kierkegaard, Dostoievski, Nietzsche, Kafka; se podría mencionar también a Robert Walser o Thomas Bernhard. Entonces, por eso, tal vez, y conociendo las reflexiones del protagonista, vemos que no encaja en esta sociedad del consumo, pues su modelo de escritor es de la época de la Gran Novela, que según algunos acabó a inicios del siglo XX, digamos que con James Joyce.

Charly Martínez ha publicado conjuntos de relatos bajo títulos como Las púas y otros cuentos, Yo maté a Arquímedes y otras historias y El infierno está lleno de memoria. Este, Los años tristes, es su ingreso en el relato de largo aliento. Su universo de Ate Vitarte, de una Lima donde linda lo marginal con la modernidad fracturada, crece con esta, al parecer, novela semiautobiográfica como la de Goethe con su novela epistolar mencionada. El Este de Lima tiene a su narrador en Charly, que hará que esta parte de la megalópolis no quede para la literatura (parafraseando la etimología de la musa de esta historia) en lete, es decir, en el olvido.


viernes, 27 de julio de 2018

miércoles, 2 de mayo de 2018

“LA MUJER QUE VENCIÓ AL DIABLO Y OTROS CUENTOS” POR HAROL GASTELÚ PALOMINO.



“LA MUJER QUE VENCIÓ AL DIABLO Y OTROS CUENTOS

DE CÉSAR ALVARADO LAVERIANO

Por: Harol Gastelú Palomino

Al leer “La mujer que venció al diablo y otros cuentos”, muchos, como yo, volverán a la casa familiar de la infancia en la que el padre, o el abuelo, o un tío mayor, durante la cena y después de ella, nos contaba historias de fantasmas, condenados, aparecidos, almas en pena, brujas y diablos a la luz de un mechero o del fogón que le daba a esas historias un aire de misterio, extraordinario y tétrico.

Estos cuentos de César Alvarado Laveriano tienen esa magia: sabes que ni el diablo ni las almas ni las brujas existen, pero están contadas con tal realismo que crees que son ciertas. Y quizás lo sean.   


sábado, 17 de marzo de 2018

“ESCRIBIR UN LIBRO” POR CÉSAR ALVARADO LAVERIANO.



“ESCRIBIR UN LIBRO

Por: César Alvarado Laveriano

Hay un viejo dicho de origen musulmán que dice que los humanos debemos hacer tres cosas en la vida: “escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo”. Los dos últimos son relativamente fáciles, lo difícil es hacerlos crecer y desarrollar, pero se puede. En cambio, escribir un libro de literatura, desde el comienzo es batallador. Es dibujar la realidad transformándola, introducirse en un laberinto de palabras, ideas, hechos, lugares, personas. Es obsesión, gusto, quietud y, a veces, desasosiego. En estos tiempos en que el ciberespacio ha secuestrado a los escasos lectores, es imperturbable para quien escribe y aún lee. A pesar de mis noches oscuras, los apus andinos me dieron aliento para completar algunos títulos (aún faltan otros por terminar) que los escuché en el pueblito donde nací (Huachinga, Huaral) y que desde mi etapa juvenil lo tenía en manuscrito. Agradezco a César Pineda Quilca por su motivación y cuidado de esta edición, a Raúl Jurado Párraga por sus amables palabras en el prólogo, a Jeancarlo García Guadalupe por la corrección de estilo, a Morris Miur (Mauricio Garcés Espíritu) por la ilustración y a Harol Gastelú Palomino por su comentario. Todos ellos poetas, escritores, grandes profesionales.

APARICIÓN DEL LIBRO "LA MUJER QUE VENCIÓ AL DIABLO Y OTROS CUENTOS" DE CÉSAR ALVARADO LAVERIANO.



APARICIÓN DEL LIBRO "LA MUJER QUE VENCIÓ AL DIABLO Y OTROS CUENTOS" DE CÉSAR ALVARADO LAVERIANO

Eclosión Editores se complace en anunciar la grata aparición del libro "La mujer que venció al diablo y otros cuentos" de César Alvarado Laveriano. Desde aquí las felicitaciones del caso y un gran abrazo para el autor. (C.P.Q). 

                                                                                                         

sábado, 3 de febrero de 2018

domingo, 14 de enero de 2018

NUEVA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA (EN POESÍA). A PROPÓSITO DEL LIBRO DE POEMAS “LÍRICO PURO” DE WILLY GÓMEZ MIGLIARO POR CÉSAR ÁNGELES.



NUEVA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA (EN POESÍA)

A propósito del libro de poemas Lírico puro” de Willy Gómez Migliaro

Por: César Ángeles

imagina la tristeza de la insatisfacción
viaja como un sonido el amor
(Lírico puro: 82)

Luego de un largo recorrido en escritura poética, con ocho libros publicados y diversos reconocimientos a su trabajo con el lenguaje, Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) entrega su novena, en suerte de sinfónica sensorial y conceptual, simultáneamente. Lírico puro es un libro que representa un reto mayor para lectores exigentes de poesía. Consolida la trayectoria personal de este autor, procurando un lenguaje que no solo lo distinga sino que plasme su utopía vital, así como su conceptualización del arte y la literatura como unificados territorios de la conciencia, la desalienación e inagotable espacio para hurgar en las posibilidades creativas de cada uno de nosotros.

Conocí a Willy G. entre los 80 y 90, dentro de las movidas  artísticas y literarias del centro de Lima, y doy fe de su compromiso apasionado, desde aquel entonces, no solo con el trabajo desde la poesía, sino, como parte de lo anterior, desde su activismo para hacer que la creatividad, sobre todo de los jóvenes de entonces, circulase en diversos formatos: fanzines, revistas, libros (no es baladí acotar que las dos revistas literarias que dirigió se denominaron Polvo enamorado y Tocapus, que nos remiten al conceptualismo barroco quevediano y la herencia andina: dos notorias marcas en la poética de este autor). Y en una época difícil donde la vida discurría entre la guerra interna, la movida contracultural, sobre todo en Killka avenue, los conciertos de rock subterráneo, y la represión filofascista de los gobiernos de Alan García y la opaca dupla Fujimori-MonteSINos. Luego, nos perdimos de vista un buen tiempo por viajes y demás circunstancias. Ahora que leí y releí su más reciente opus, provocadoramente titulado Lírico puro (Hipocampo editores, 2017), escribo con placer estas líneas.

Me explico. Digo  que es un reto para lectores exigentes de poesía, por su sintaxis adrede concisa, el trabajo de resignificar la realidad misma con sus elementos más cotidianos (un minimalismo urbano y campestre recorre sus poemas) que se orienta a sustraerlos del marco usual en que habitan otorgándoles nuevos giros significativos, desde una nueva sensibilidad poética, hacia un encuentro vital de los lectores con la vida misma y sus elementos. En este sentido, elementos cotidianos y familiares recuperan una vida perdida entre la rutina. Hace poco, escuché al poeta chileno Raúl Zurita decir que el mayor acto poético estaba en cualquier gesto de cualquier persona. Es decir, la vida misma es poesía. Y de aquello trata este libro de sobrias tapas blancas (como la de otros libros de este autor, además).

Así que la pregunta central, y por eso mencioné lo de provocador, es qué entiende W. Gómez por el par semántico ‘lírico-puro’. Pienso que esta poética transcurre entre la parquedad abstracta de Adolfo Westphalen y el conceptualismo expresionista de Martín Adán, vinculada a un sentimiento cotidiano de estirpe valdelomariana, en la veta común que magistralmente impulsó luego la poesía de César Vallejo. Es decir que también un sentido materialista-dialéctico opera en esta poética. Los nombres citados nos remiten a la actual estación de Willy Gómez, donde lo lírico significa la desarticulación de un lenguaje establecido endeudado a una rutina de palabras que nombra la realidad. El autor realiza esta operación lingüística y cultural recolectando experiencias, palabras, sentidos y personajes desde la cotidianeidad más banal y afín a nuestras vidas. Solo que la composición sintáctica de los poemas de este libro otorga al conjunto una aproximación diferente hacia la realidad misma.

El referido lenguaje rutinario ha trocado por otro que exige del lector una nueva relación sensitiva con esa realidad. De ahí que ‘lírico’ suponga romper con la narratividad al uso, con la mera construcción de mensajes apelativos (aunque los poemas están planteados desde un sujeto apelativo constante, de otro tipo), vacuos, carentes de vitalismo; para reconducirnos hacia un discurso casi postverbal ya que, entre tanta variada terminología, no oculta su tendencia, por ejemplo, al silencio trílcico de Vallejo, así como al de los otros dos poetas vanguardista citados. Y esa es la ‘pureza’ a que se refiere el título del libro: a esa suerte de desalienación en la relación sujeto-objeto, al comprometer al lenguaje y sus usuarios en otra relación con la realidad, mediante una palabra tensionada hacia otra forma de decir donde los objetos se vuelven prota-agonistas, resignificando la experiencia de la realidad misma. Esta suerte de extrañamiento cotidiano nos conduce también a un ejercicio de intensificar la conciencia de los sujetos usuarios del idioma, mediante una suerte de hiperrealismo (que evoca el trabajo de Georges Perec y su poética de los objetos, desde una subjetividad y percepción diferentes a las usuales recreando el binomio palabras-cosas, lo infraordinario; es decir, una observación apasionada y asombrada de lo usual que cuestiona siempre lo incuestionable, recuperando una fresca mirada de flaneur que pintase incesantemente el mismo cuadro, tal un impresionista).

Por lo que este título es como una trampa en clave irónica, ya que podría hacernos imaginar una poética y un sujeto poético alejados de la concreción real, según la antigua concepción del artista en su lejana torre de marfil. Nada más errado. Se trata, en cambio, de ejercer la poesía como un activismo político-social donde se rearticula la relación del símbolo lingüístico (la palabra) con los referentes de realidad que expresa. Y esto es meterse con la comprensión del mundo (en línea con el pensamiento de Wittgenstein, y la proposición 5.6 de su Tractatus Logico-Philosophicus: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”). De ahí que un ejercicio de filosofía y ontología materialista-dialécticas estén la base del lenguaje de este destacado autor peruano.

Todo lo anterior nos conduce al otro aspecto ya mencionado de la poética de Willy Gómez: la perspectiva utópica que le viene desde libros anteriores (como, por ejemplo, en el magnífico Nada como los campos -2003-, según veremos al respecto de Lírico puro). Y es que si se trata de refundar la relación alienada y rutinaria de las personas con lo previsible su cotidianidad, esto se logra no solo resignificando los fragmentos de dicha realidad estallada, sino visibilizando diversas fuerzas regeneradoras dentro y fuera del propio ser humano. Este lenguaje poético apunta al mismo ser interior de las personas, a esa voz antigua, irrenunciable y muchas veces silenciada que nos conecta con la inocencia primigenia de todos nosotros, desde el nacimiento. De ahí que la infancia sea un espacio armonizador importante en la poética de Willy Gómez (al respecto, sugiero leer los hermosos poemas de las pp. 39-40, p. 106, y el nostálgico de p. 114), y de la mano con ello su imbricación con la naturaleza misma, con sus territorios, habitantes, luces, colores, temperaturas, con el cuerpo mismo de las personas en sus movimientos, recordándonos que vida es movimiento mientras que muerte es enfriarse como una piedra, como un trozo de realidad sin sentido e inane.

Detengámonos en un poema como el de la p. 92, que se inicia mencionando el uso de madera de árboles y cueros de animales para fabricar utensilios cotidianos como fajas, correas perforadas, hebillas, calzados, neumáticos. El poema concluye así: y acaso una actitud de permanencia cierta/ vuelva con sus rudimentos de belleza por venir/ una  montaña un lago también parte toda sensación/ de escalar 4800 msnm luego/ devolver los calzados con púas/ y elegir otra partida. Como decir vuelta a la otra margen, evocar la mano desasida, para citar memorables versos y títulos de los referidos Westphalen y Martín Adán, respectivamente: poetas metafísicos y también utopistas (Cf. el poema de p. 93 en Lírico puro); quienes, en la primera mitad del siglo XX, a su modo propiciaron un cortocircuito verbal y existencial con la realidad social, hacia un ideal agónico (de agon: combate) de plenitud, redención y armonía esencialmente interiores.

En el caso de W.Gómez, su utopismo se impregna no tanto de reflexiones abstractas ni metafísica sino más bien del materialismo vallejiano (en esta misma línea se hallan otros poemas como, por ejemplo, los que se leen como díptico en las pp. 46-47, donde se plantea la contradicción entre máquinas y artefactos sociales con relación a la naturaleza y la esencia humana, en suerte de resimbolización de la contradicción enfermedad-sanación, vinculada a otra contradicción como alineación-conciencia plena del presente). De ahí que, entre la recolección de elementos urbanos y rurales, aparezcan las clases sociales como parte ineludible del paisaje social y la convivencia humana (como en el poema de la p. 53, que aborda la propiedad y sus enrejamientos proliferantes en esta época de capitalismo tardío, o de temor contra las multitudes populares excluidas del festín elitista en los extramuros del mundo, digamos; o el poema de la p.62 que establece el sentido de ir debajo de las palabras, al otro lado del discurso establecido, apuntando a un simbólico ‘salto mortal’; o el de la p.64: “al doblar mangueras al escuchar adentro/su canción de resistencia/de plásticos rotos”, entre varios otros poemas de esta estirpe).

Willy Gómez, maguer lo que pueda aparentar su título Lírico puro, está muy atento a los sucesos de las personas, sobre todo del campo popular. Así también lo evidencia el poema de p. 94 que recrea el trabajo proletario sumergido en la peores condiciones posibles, en pleno siglo XXI, por un orden capitalista que se vale aún de prácticas esclavistas e informales, contradiciéndose la imagen idealista de prosperidad asociada a este sistema, donde los trabajadores son expuestos a morir por la usura del capital y sus perpetradores. La poesía de este autor hurga y revela, entonces, aquella microfísica del poder; situándose en las coordenadas planteadas por Michael Foucault, quien rastreó las formas más secretas del poder disciplinario y alienante que mete sus pezuñas para conquistar conciencias en ámbitos de realidad insospechados y, por ello, poco visibles al común de los mortales.

 Al respecto, un poema poderoso es el de la p. 75 que es una épica del fuego; lo que me evoca, además, la poética de un artista visual como Juan Javier Salazar (1955-2016), quien produjo algunas geniales obras perfomancísticas como aquella de un rayo hecho de madera sembrado de cerillas de fósforos. Pienso que, en esta línea, incluso en los materiales residuales resimbolizados por Willy, sintoniza con aquel artista, en su común minimalismo conceptual que caracteriza ambas disciplinas (escritura poética y arte visual) como productos sociales, vinculadas indesligablemente con la realidad misma, y sus sujetos productores y usuarios.

En ambos autores, además, se plantea un compromiso creativo afín con su público, hacia redirigir (y rediseccionar) la mirada, en suerte de activismo de conciencias para un mayor sentido crítico con el entorno urbano y natural. El arte y la literatura son entendidos y practicados como espacios de activismo poético y político, desde el mismo trabajo con el lenguaje (en el libro Nada como los campos, la vinculación con el territorio y la historia andina, avasallados por la conquista occidental en su fase precapitalista, es más evidente y cantada de manera  simbólica, recordando mucho la poética de Juan Javier Salazar: por ejemplo, en los poemas “Las batalla del Perú”, que evoca la imagen-cuadro “El animante”; o la voz de fardos andinos como potenciales voces regeneradoras de la decadencia de un país articulado a un orden occidental que lo excluye, apabulla, reconvierte y degrada, como en el poema “Comuna del macabro paraíso invisible”, y  también en “Valle incrustado / oda a la pintura peruana”, como en el precioso “Orilla”, lo cual evoca el concepto de lluvia interior regeneradora planteado por Juan Javier -y asimismo, en parte, por los colores intensos de Humareda o Polanco para representar una ciudad de cielo gris como Lima y su historia oficial u oficiosa-; y también en el poema “El manantial”, donde vuelve sobre el motivo plástico de Salazar de “Parece que va a llover”, parodiando el popular tema musical salsero donde el cielo llueve, y Salazar lo resignifica como lavarnos por dentro desde la tierra y la historia antigua del país).

En este sentido, Lírico puro representa una resistencia desde el trabajo con el lenguaje. Una poesía de transformación hacia una vida (y un lenguaje) resignificada y revitalizada en los intersticios más inesperados. Ese es el asombro que provocan las libres asociaciones establecidas entre sus múltiples, proliferantes, versos y poemas, que nos interpelan de sorpresa en sorpresa acerca de cómo puede la experiencia sensorial cotidiana cobrar tantas nuevas sonoridades, texturas y reformulaciones, merced a la perspectiva crítica del poeta. Y esto es lo que promueve un pacto  tácito con lectores que deben exigirse al máximo para establecer comunicación con el planteamiento del libro blanco, de esta novena sinfonía en poesía de vanguardia permanente, anticapitalista, antiutilitaria, de irrenunciable estirpe humanista y al borde del socialismo también. Algo que no debiera sorprender si consideramos la procedencia de su autor, así como su historia personal articulada a la calle y su juventud rebelde, su conciencia orgullosamente generacional desde los 80-90, sus esperanzas, su sostenido trabajo en pedagogía (escuelas y talleres de escritura), y su conciencia lúcida de las desigualdades e injusticias históricas de un país como este.

El mayor triunfo de la poesía se da, entonces, en una época cuando las sombras del poder se ciernen nuevamente ávidas y grotescas sobre estos territorios, retorciendo con sus engranajes la alegría y el sentido de vida de cada habitante. En este sentido, la de Willy Gómez es una poesía que libra múltiples y generosas batallas desde su territorio, desbrozando retos, caminos, y un lenguaje renovado con frescura y arrojo que, a la vez, compromete de muchas formas a sus lectores. Todo lo cual debe nutrirnos y alegrarnos, e incitarnos a seguir con interés el camino creativo de este autor que se halla en cabal plenitud poética y dominio de sus dones.


enero 2018, lima la P – neovirreinato del perú

martes, 9 de enero de 2018

viernes, 5 de enero de 2018